El historiador de la Ilustración radical y de la revolución intelectual que esta combatiente, defiende aquí la visión filosófica de Spinoza por sobre las ideas de los ilustrados moderados, como Voltaire. El legado del filósofo holandés es una ilustración democrática que buscaba mejorar la vida de todos los ciudadanos a partir de una base igualitaria, mientras que la Ilustración moderada tenía un carácter aristocrático que no aspiraba a reformar la estructura jerárquica de la sociedad tradicional. En su último libro, Israel plantea que estas dos corrientes intelectuales se enfrentarán durante la revolución americana. El escenario actual le recuerda a la Francia de Condorcet, cuando irrumpió un populismo violentamente intolerante.
El historiador Jonathan Israel es reconocido por su proyecto dedicado a reconstruir la trayectoria intelectual de la llamada Ilustración radical, del que ya ha publicado las tres primeras partes, además de dos libros que analizan en detalle la influencia de estas ideas en las revoluciones francesa y americana. . El último de estos, The Expanding Blaze: How the American Revolution Ignited the World, 1775-1848, apareció a fines del año pasado. La Ilustración radical, según Israel, es el legado intelectual de Baruch de Spinoza, quien hacia 1650 puso las bases de un pensamiento que ofrecía una nueva visión –eminentemente racional– del mundo y del hombre. Estas ideas subversivas y peligrosas, plantean a Israel, se propagaron de manera clandestina y emergieron a mediados del siglo XVIII, provocando una revolución intelectual sin la cual no podrían comprenderse los cambios políticos que comenzaron a producirse, algunas décadas más tarde, en América y Europa.
Frente a esta Ilustración radical surgió la Ilustración moderada, que si bien se oponía a muchos de los principios del orden establecido vigente, hacía compromisos políticos y sociales, manteniendo intacta la estructura jerárquica de la sociedad. Se forma entonces una especie de triángulo entre estas dos variantes de la Ilustración, que se repelían mutuamente, y el orden imperante, al que ambas querían cambiar, pero con distinta intensidad.
Israel se encuentra ahora escribiendo el último volumen de este proyecto que inició hace ya dos décadas con el propósito de modificar algunas ideas comúnmente aceptadas sobre los orígenes de la modernidad e introducir una aproximación transnacional a estudios que se han hecho desde perspectivas nacionales. Sus libros, voluminosos y enciclopédicos, resaltan en una época en la que el trabajo de los historiadores se vuelve cada vez más parcelado. Es en parte por esto que sus textos han despertado críticas, ya que en su camino Israel ha irrumpido en territorios “ajenos”, provocando la respuesta de algunos especialistas.
En diciembre pasado, Jonathan Israel visitó Chile, invitado a participar en el XIV Coloquio Internacional Spinoza y las Américas, organizado entre otras instituciones por las universidades de Valparaíso, Playa Ancha, Federico Santa María y Adolfo Ibáñez. Esta conversación tuvo lugar el último día del encuentro, en una sala de un hotel que más parecía una bodega improvisada. A Israel, que trabaja en el Centro de Estudios Avanzados de Princeton, le dio lo mismo. Es sencillo y accesible, y no tiene el divismo que ostentan muchos académicos que se han convertido en celebridades.